Primeros gustos. Para muchos es una maldición que los perseguirá por el resto de sus días; para otros, un dulce recuerdo que roba sonrisas. Como sea, si hay algo que es cierto sobre los primeros gustos es que dejan una gran huella en nosotros. Son como un tatuaje permanente en la memoria y en el corazón, que no se puede borrar fácilmente. Alto, ¿Dije fácilmente? Debí decir nunca o, mejor dicho, casi nunca porque el primer verdadero gusto es algo que marca tu vida. Y sí, quizás suene muy dramático, pero es cierto: es imposible no recordar a la primera persona que te gustó, es imposible no mirarla y sentir al menos algo. Algo grande, algo pequeño, algo... simplemente algo porque esa persona fue la que le enseñó a nuestro corazón que sí es capaz de querer y cuánto es capaz de querer. Algo porque esa persona fue la que nos enseñó de arriesgarnos por lo que queríamos. Algo porque con esa persona aprendimos a que el yo, puede llegar a ser el más grande nosotros que jamás pronunciamos. Algo porque esa persona derritió un corazón de hielo y lo volvió extremadamente dulce y un poco más cursi. Algo porque por esa persona probamos el agridulce sabor de los celos en su máxima expresión. Algo porque esa persona, en pocas palabras, nos enloqueció, de los pies a la cabeza.
Algo... siempre habrá un algo que ese primer gusto nos hará sentir y ese algo, es más inevitable que respirar, porque respiramos con la razón y eso, hasta cierto punto, lo podemos controlar; sin embargo, sentimos con el corazón y eso, en ningún punto, se puede controlar.
Primeros gustos: tinta indelebre en el libro de tu vida. Nuestra vida.